Como profesional de la psicología no dejo de rascarle a la vida continuos aprendizajes que debo a la gente que me rodea. Desde Clinica Psicologica Retiro quiero contaros una historia. Últimamente vengo fijándome en una pequeña maestra que es mi hija de dos años y medio. Cada vez que compartimos un juego, o tenemos la suerte de que en Madrid llueve y podemos ir a buscar charcos para saltar, ella grita con atención y entusiasmo plenos: “¡¡Mamááá, estamos aquííí!!.
Se refiere a ella y a mí, al aquí y al ahora.
Díganme si esto no es lo más mindfulness que han oído en su vida.
Y de manera congruente con ese mensaje que la posee su cuerpo habla de ese gozo a través de su manera correr dando saltitos, el cimbreo de su cuerpo como si estuviera celebrando un gol, y un manera muy suya de cerrar los ojos y apretar los labios que me parece adorable cuando está saboreando un cocido, pero me genera cierta inquietud cuando va corriendo como loca por la acera.
Y es que así es la alegría, pura expansión. Se parece poco a sentarse en la postura de la flor de loto a notar la marea interior de emociones, sin juzgarlas, sin intentar manipularlas. Por supuesto no hay manipulación, y con dos años y medio tampoco hay juicio. La marea de la alegría arrastra al cuerpo a la celebración.
En otras ocasiones, cuando algo no es como a ella le gustaría, se encoge, clava la vista en sus pies, y dice “Es que estoy triste”. Quizá está triste porque no va a ir a casa de su abuela esa tarde o porque no le pongo sus dibujos favoritos. Pero es su postura, la expresión de su cuerpo la que no deja lugar a dudas sobre la envergadura de su emoción, y esta es la que necesita consuelo; ese “niño interior” de mi niña exterior que está aprendiendo a abrazar la tristeza, ya habrá tiempo de relativizar.
En esos momentos ni se me ocurre invitarla a adoptar una “asana” y observar la emoción en sus profundidades, porque su cuerpo ya está haciendo lo que tiene que hacer: replegarse, experimentarse y pedir ayuda.
La importancia de saber poner límites
Por último y a modo de ejemplo: cuando mi hija no quiere, por ejemplo, que la toquen, dice “NO”. A veces incluso dice “No, no y no”. Se puede decir más alto pero no más claro. (Muchos adultos que pasan por la consulta del psicólogo usan este límite básico que es el “No” demasiado tarde o no lo usan nunca, a veces con con nefastas consecuencias).
Si habiendo puesto un límite adecuado, no es respetada (la abrazan, la empujan…) viene la rabia y la posee, se le “afelina” la mirada, echa los brazos adelante y empuja para hacerse su espacio. Si el empujón es demasiado fuerte, o si pega, nos toca intervenir para que además de aprender a poner límites, aprenda a recibirlos, pero técnicamente su gestión de la rabia es por defecto impecable, no puedo decir que tenga problemas de agresividad infantil.
De nuevo no me veo poniéndome con ella a respirar, porque ya lo está haciendo, al modo en que el cuerpo lo hace cuando tiene rabia.
Ella está atentísima a sus emociones, y por lo que parece les tiene un gran respeto, las escucha, las atiende, no las juzga y no intenta manipularlas o suprimirlas. Cuando la llamo maestra no me refiero a maestra de mindfulness, que también, sino de la gestión emocional al completo. A ese respecto me veo más capaz de acompañarla que de enseñarle algo mejor de lo que trae de serie.
De hace unos años para acá proliferan los libros y los lectores deseosos de ver a adultos y niños relacionarse con las emociones a través de la meditación: conscientes, tranquilos y atentos como una rana de escayola.
Estamos de acuerdo en que los adultos no podemos ir dando rienda suelta a todos los movimientos que pondría en marcha nuestro cuerpo cuando estamos emocionados, y está claro que tenemos que re-aprender a convivir con esa marea interior sin pelearnos para que se vaya.
Pero no debemos olvidar que “emoción” significa movimiento, movilización del sistema. Las emociones están en la mente, en las vísceras, los músculos y las hormonas, porque así está programado y gracias a esa sabiduría, entre otras cosas, salimos adelante como especie hace mucho tiempo.
El mindfulness, la aceptación sin enjuiciamiento del mundo emocional no tiene nada que ver con estar quieto. La emoción, particularmente en los niños, implica movimiento, es movimiento.
¿Cómo puedo ayudar a mi hijo?
Su hijo necesita una crianza respetuosa con su mente, su cuerpo, sus límites y con sus emociones:
- Encuentre la manera de ser una figura de apego seguro (amor a espuertas y límites adecuados) y si tiene dificultades (que es lo normal, porque es muy difícil) acuda a un profesional. Su hijo le agradecerá que vaya usted primero.
- Aprenda a practicar mindfulness; su hijo, si es pequeño, todavía sabe.
- Déjele moverse y algún día podrá estar tranquilo y atento como una persona regulada.
Si quieres que te ayudemos en ese aprendizaje o te interesa conocer más sobre el mindfulness, no dudes en contactar con nosotros. En PSINTRA Clinica Psicologica Retiro te ayudaremos en ese viaje para dar un cambio a tu vida.